lunes, 1 de agosto de 2011

Proyecto contrahegemónico para la reformulación del fútbol argentino



Las formas significan, implican en su apariencia racional y geométrica concepciones imbuidas que benefician y perjudican a los actores. El proyecto de torneo esbozado (aún no hay nada definitivo) por AFA incluía cabezas de serie, choques interzonales y una complejidad innecesaria, maniobras que como ya hemos analizado tenían diferentes objetivos: evitar la eliminación entre equipos grandes, preservar los clásicos, conseguir la participación de 40 equipos, pero descartar 20 para la competencia real (respectivamente, en resumidas cuentas). El mayor ocultamiento del torneo era, sin embargo, evitar el cambio del mapa del fútbol argentino que viene dándose, que genera pérdidas en los estadios y en los sponsors. No es lo mismo vender un producto con Boca, River, San Lorenzo, Independiente y Racing, que sin ellos. El proyecto de AFA quiere realizar una federalización formal, pero que esta sea apenas una máscara que no conlleve cambios al establishment. Cambiar, para que nada cambie.
Para colmo, la inclusión en un torneo del monstruoso número de 40 equipos llevó a que la forma de competencia sea sumamente compleja, con cruces, clasificaciones, grupos, playoffs... Si bien diversas chances, con sus diversos repechajes y finales, resultan de hecho mas emocionantes, mientras mas vueltas tiene un torneo, mas injustos suelen ser sus resultados. El torneo idóneo debe ser sencillo, transparente.
Contrahegemonía presenta su proyecto de torneo a continuación. A veces por tratarse de reformas meramente formales, se tiende a describir solamente los aspectos formales sin tener en cuenta las repercusiones e implicancias que tiene la forma. Intentaremos no incurrir en este error y llevar lo más profundo posible la reforma del fútbol. Lo haremos en dos etapas: la primera se trata de la necesaria transformación de torneos cortos a largos; pero, dado que ello no implica federalización alguna, en la segunda parte analizaremos opciones para llevar a cabo dicha integración.

PARTE 1: Torneos largos

El torneo corto resulta realmente de cabotaje, como expresan los diecinueve equipos que no lo ganan. Es un torneo que permite campeones de rachas y fomenta el proyecto a corto plazo y el vaciamiento posterior de los planteles. De la multiplicidad de campeones que ha permitido, pocos han sido equipos verdaderamente memorables. Pocos también han conseguido seguir en la pelea luego de logrado el torneo.
Los torneos largos son una necesidad. Decretar un torneo de 38 fechas, como en todo el mundo, es el primer paso, el sentido común. Para profundizar los cambios sugeridos por la forma del torneo largo (es decir, la apuesta a largo plazo que implicarían para los equipos que quieren campeonar) sugerimos que el mismo se desarrolle a lo largo de un año, y no siguiendo el calendario de la temporada europea (de julio a junio). Este cambio en las temporadas data ya de un par de décadas, y se debe a que muchos clubes salvan los balances con ventas al mercado de Europa, y en Europa los clubes abren la billetera de modo más generoso entre sus temporadas que en Navidad.
El cambio en las temporadas obligaría a los clubes a elegir entre balancear las cuentas con la venta de un jugador a mediados del torneo o jugar el campeonato con todos sus jugadores. Para ser competitivos, entonces, los clubes deberán tener sus cuentas al día necesariamente, o se verán obligados a deshacerse de jugadores a mitad del torneo. Una medida cruel, pero acorde a los dirigentes rapaces que gobiernan los clubes. Se trata de una de las medidas fuertemente proteccionistas que proponemos para curar un fútbol largamente vaciado por la conjunción de dirigentes incapaces o inescrupulosos, y necesidades económicas.
El campeonato se jugaría entonces de febrero a noviembre. Los meses de enero y diciembre serían enteramente utilizados para vacaciones y pretemporada. En medio de la temporada habría un parate de un mes y medio: todo junio y medio julio se utilizarían de vacaciones, pretemporada, y también para que los equipos que alcancen la final de la Copa Libertadores la jueguen sin tener competencia y sin postergar partidos, evento siempre desnaturalizador. Los equipos también serían liberados en diciembre, como quedó dicho, permitiéndoles a eventuales finalistas argentinos de la Sudamericana jugar los partidos descansados.
La Copa Argentina, sin embargo, seguiría utilizando el calendario europeo. El motivo es sencillo: suele decirse que los campeonatos largos pierden interés en la primera mitad, y es en esa primera mitad donde el espectador verá no sólo la Copa Libertadores, sino también la etapa final de la Copa Argentina (la final de la Copa Argentina se jugará también durante el parate de invierno, una vez finalizada la primera rueda del torneo largo). La etapa clasificatoria de la misma se jugará después de las vacaciones de invierno.
38 fechas (38 semanas) y 14 semanas de vacaciones, da un total de 52 semanas, las mismas que componen un año. Durante las primeras 20 semanas de la temporada (febrero-junio incluido) se jugarán 6 fechas entresemana de la Copa Argentina: desde los 32vos de final hasta la final (los cuartos, las semis y la final se jugarían ya dentro del parate de invierno). Otras 14 semanas serían necesarias para tener cubiertos los partidos por Copa Libertadores hasta la final. El total (que sólo se daría si llegasen equipos argentinos hasta finales de la Libertadores) resulta en 16 fines de semana con fútbol más 20 semanas con partidos entresemana (el calendario de la segunda mitad de año sería un poco más relajado, ya que la Sudamericana se compone de menos partidos y durante ese período se jugaría la etapa clasificatoria de la Copa Argentina, de la cual no participarían los equipos de Primera). Un festín de fútbol que bien puede venderse a la televisión por buenos dividendos.
Después de todo, gran parte de este lío comenzó con el cambio de dueño del fútbol (de TyC al Estado), lo cual permitió aumentar el ingreso a 600 millones. Aunque no se han conocido cifras, el proyecto de los 40 equipos hubiese significado un aumento a esa cifra de más del doble (sólo el doble hubiese significado el mismo dinero para cada equipo, ya que la cantidad de equipos se hubiese doblado). Los ingresos de TV, en estas épocas de vacas flacas en el Viejo Mundo, son el ingreso más consistente de los clubes. Potencialmente, pueden conseguir mayores ingresos a través de ventas, pero siempre depende del material que haya, material que debido a la falta de inversión en el fútbol base empeora rápidamente. Las urgencias económicas, además, provocan la necesidad de deshacerse rápidamente de los cracks, y por ende su valor de venta, con menos experiencia, es menor.
Hoy por hoy el dinero de la televisión esclaviza a los equipos, los ata a Grondona y a las ideas del Gobierno. El producto, sin embargo, tiene como comercializarse si tenemos en cuenta el coctel recién descripto de partidos sin respiro. Y el dinero debe dejar de utilizarse para emparchar errores y salvar eternamente a los clubes de su propia codicia: los clubes no pueden gastar más de lo que reciben, aún si ello significa no pelear campeonatos. La activación del Tribunal de Cuentas fantasma es, a esta altura, una necesidad crucial para reformular el fútbol.
Debe irse más allá, de todos modos, que el mero control: como política de estado, AFA debe ordenar que un porcentaje del dinero que le da a los clubes en concepto de derechos de televisación sea destinado al fútbol de base. El porcentaje debería ser significativo (pensamos en 50%) y en la medida que el club esté endeudado, también un porcentaje debería ir obligatoriamente hacia el saldo de esa deuda (30%). El dinero del que dispondrían libremente se vería limitado y se obligaría así a los dirigentes a pensar en qué invertir, escapándole al despilfarro de préstamos y compras absurdas. De a poco, los clubes intentarían cada vez más ser dueños de sus jugadores para no tener que gastar año tras año el poco presupuesto en contratar medio equipo. Disminuiría esta medida, además, la influencia en el fútbol argentino de los representantes, siempre dispuestos a hacer este tipo de negocios supuestamente en ayuda de los clubes (pero en realidad, enriqueciéndolos a ellos y empobreciendo el patrimonio de los clubes). Para completar esta serie de medidas que fomenten el largo plazo y el fútbol juvenil, se obligaría a los clubes a contratar personal idóneo para los cargos de formación, por lo cual habría que implementar también un órgano evaluador de formadores, que entreguen el título habilitante. También se restringiría a 25 el número de jugadores profesionales, con la salvedad de que se podrían incluir la cantidad deseada de jugadores con primer contrato en la lista de jugadores habilitados, disminuyendo el lugar para incorporaciones (que por la desesperación de ganar de hinchas y medios, la impericia de dirigentes y la codicia de representantes se ha acrecentado hasta la inutilidad de la incorporación que no juega ni un minuto) y ampliando el espacio para que los juveniles toquen primera. El jugador con primer contrato no podrá ser vendido al exterior, evitando el éxodo temprano, valorizando a los jugadores dándoles una formación más coherente y más experiencia antes de encarar la aventura europea y, además, obligando a una buena planificación financiera que no dependa de las ventas salvadoras, sobre todo si hoy en día las ventas son salvadoras en tanto y en cuanto sirven no sólo para pagar los enormes sueldos adeudados, sino también para incorporar decenas de jugadores a préstamo para cubrir el éxodo masivo de los jugadores cuyo préstamo acaba de vencer. En cuanto a los sueldos que se adeudan, quizás sea importante establecer topes salariales para evitar que se contraten jugadores con promesas de sueldos impagables y a la vez se hipoteque de ese modo el club, que en definitiva es de los socios.
A medida que su patrimonio, los jugadores propios, aumentase, aumentaría también la posibilidad de generar dinero propio a través de ventas: el dinero generado en concepto de ventas, y también recaudación, publicidad, etc., podría utilizarlo cada club según le pareciera, como es lógico. Los clubes son incentivados así abandonar por sí mismos la dependencia del dinero de la TV y el dinero de Europa, y encontrar modos alternativos para generar ganancias.
Adentrándonos en el espinoso tema del dinero, nos chocamos necesariamente con el tema de la federalización, que no es sino el de la igualdad. Porque la verdadera federalización, claro está, es primordialmente económica: sin una repartición equitativa del principal ingreso de los clubes (la TV) no puede haber igualdad entre ellos. Hoy por hoy, el reparto pretende perpetuar y expandir la brecha entre los clubes capitalinos, que reciben sin importar el mérito deportivo gran parte de la torta, y los clubes del interior. Sólo se ha achicado (y notablemente) el abismo, por el inescrupuloso manejo menemista de los dirigentes de los clubes denominados grandes, y suceda lo que suceda, estos clubes siempre son en definitiva curados por AFA, que los necesita para vender su producto, perpetuando un tipo de conducta nociva e injusta para quienes hacen bien las cosas. Se trata de clubes que vacían con sus conductas el espectáculo, y sin embargo son beneficiados por el dinero del espectáculo.
El reparto del dinero debe ser, está claro, igual para todos. Los clubes de capital deberían comportarse dignamente y en lugar de aprovechar su lugar de poder (al ser los más solicitados por los sponsors y la TV) para su propio beneficio, utilizar ese poder para abogar en favor de la igualdad. Una conducta gremialista que, sabemos, no llevan en el alma. Por ende, si bien la medida de todas maneras disgustará a los tradicionales grandes, se repartirán premios según la convocatoria a los estadios y los puntos de rating de los equipos (entre aquellos que tengan los balances en blanco): premios, en definitiva, a los que atraigan más dinero en concepto de publicidad/televisación. Se trata de medidas que a la larga beneficiarán a los capitalinos, pero al menos son índices racionales, y no mitológicos como el actual. Por supuesto, el mayor premio irá para el campeón y los clasificados a las copas, es decir, para los logros deportivos.
En cuanto a las distancias geográficas que generan a menudo que los equipos del interior deban desplazarse constantemente, es lógico que el presupuesto de AFA incluya el pago de todo viaje, para que la distancia no sea ya motivo de desigualdad. También la reserva debe ser beneficiaria de financiación para su traslado: son muchos los equipos que no se presentan por cuestiones económicas, y eso, a largo plazo, genera que los jóvenes de los clubes del interior no hayan tenido un roce futbolístico de la misma jerarquía que sus pares de capital. Por otro lado es hora de rejerarquizar el torneo más importante del fútbol base (incluso los partidos debieran volver a disputarse antes de los cotejos de Primera).
Afrontar el gasto de trasladar a los equipos puede significar una merma importante en el presupuesto. Quizás sea hora de que AFA invierta en transporte, para abaratar los costos de viáticos mediante vehículos propios que puedan, durante la semana, ser utilizados para trasladar al ciudadano común y generar allí ingresos para costear el traslado de los equipos. Esto, si el deseo de AFA es facilitar la federalización del fútbol.

PARTE 2: Federalización
La igualdad económica a priori entre los clubes significaría un paso adelante en torno al tema de federalizar el fútbol. Pero años de repartos desiguales (y en definitiva, un país unitario donde los medios nacionales son los medios capitalinos, por ende, los equipos nacionales son también los capitalinos) han determinado un mapa donde predomina la presencia de los equipos de la provincia de Buenos Aires sobre el resto. Un mapa que a fuerza de coherencia se ha modificado (hoy participan 8 equipos del interior en el torneo de Primera) pero que, sin embargo, aún no consigue ser equilibrado: los equipos del interior son, en su mayoría, equipos que pelearán por no descender. El poder sigue estando en capital, en la medida en que permanecen las viejas facilidades económicas (reciben más dinero de la tevé, monopolizan el espacio en los medios, lo que implica un mayor ingreso por publicidad, e incluso soportan un menor traslado, debido al mapa centralizado).
La Copa Argentina se presentaba como un torneo federal digno. Podría discutirse, del proyecto presentado, la utilización de sedes designadas por AFA para los cruces desde 32vos, ya que pareciera más atractivo, al modo de la FA Cup, sortear las localías de los cruces y si le toca a Boca ir a Catamarca a un estadio de madera, así se hará. Tiene su atractivo para los clubes del interior y justamente promueve el conocimiento del resto del país. Las sedes oficiales suelen ser siempre los mismos centros urbanos, capitales de provincias, y seguramente la final será en capital. No parece demasiado “federal”. Tampoco parece federal que el cupo de B Metro sea mayor que el de los torneos Argentinos. Lo mismo sucede con la distribución equitativa de los equipos de primera, ordenados en la llave de modo tal que se evitan sus cruces hasta más adelante: dado que ya corren con ventaja al ingresar en las fases finales, no parece necesario generar un esquema destinado a excluir a los equipos de otras divisionales de las finales, para que éstas tengan atractivo. Parecería más justo continuar mediante el sorteo de la llave, algo que siempre trae interés por lo azaroso de los cruces. No parece necesaria tanta protección a los equipos de Primera, sobre todo tratándose de una competición de orden secundario.
Allí se presenta la arista más discutible, en definitiva, del proyecto Copa Argentina: al ser de orden secundario no se trata de una federalización real del fútbol, sino de una pantalla políticamente correcta que no cambia el orden de las cosas. El fútbol seguirá pasando por otro lado, lejos del simpático torneo federal. Por supuesto, podría emparcharse para otorgársele cierta importancia: repartir cupos para las copas resulta una opción. Según el esquema que venimos presentando, podrían repartirse un cupo para la Copa Libertadores (para el ganador) y dos cupos para la Copa Sudamericana (segundo y tercero), algo que le daría a los cruces de semifinales y al tercer y cuarto puesto una emotividad agregada. También podría determinarse a la Copa Sudamericana como de segundo orden directamente, y repartir tres cupos para la Copa Libertadores: esta inversión del estatus (el campeonato de Primera repartiría solamente dos) signficaría una verdadera medida antiunitaria, dándole mayor relevancia internacional a la copa federal que al torneo tradicionalmente dominado por la capital federal.
Sin embargo, se trataría de parches meramente. Un torneo verdaderamente federal implicaría la ruptura de todo el aparato actual de competencia, como también, como hemos especificado, de las desigualdades económicas. El modelo más simple, y por ende el más justo por entrañar menos recovecos que desnaturalizan la competición y dan chances injustas desde la estructura, no es el de la Copa Argentina, sino el utilizado en el Torneo Argentino, similar al utilizado en el torneo nacional de rugby y en las competencias escolares en Japón: como el país oriental es largo y los chicos no pueden andar moviéndose por todo el país para competir por tiempos escolares y economía, el torneo se divide en zonas geográficas que determinan los participantes de una etapa nacional final, disputada en una sede a lo largo de un mes. El Torneo Nacional debería dividirse sencillamente en 4 zonas geográficas donde jueguen 20 equipos (determinados en principio según su posición y categoría en las ligas actuales), todos contra todos, pasando los 4 mejores de cada zona. Si bien se piensa y se suele argumentar que hay plazas más fuertes, y por ende, zonas más competitivas y atractivas (y peligrosas) que otras (la que incluya capital federal, por ejemplo), la actualidad deportiva niega que esta diferencia sea tan determinante e, incluso, pone en duda el estatus de estos equipos, inflados siempre por los medios “nacionales” (capitalinos) que apelan a su lectorado “nacional” (capitalino). Habría que ver cuanta competencia imponen los equipos ordenados del interior ante un desgaste menor por los viajes y la igualdad económica de base propuesta. Los 16 equipos seleccionados jugarían, ida y vuelta, por eliminación directa, en un torneo de un mes de duración en una sede a elección, que implicaría evitar largos traslados y pondría a todos los clubes en igualdad de condiciones en ese aspecto. El torneo repartiría todos los cupos para torneos internacionales, y sería el principal torneo.
Por supuesto, este torneo llevaría un tiempo relativamente corto para disputarse (6 meses, a razón de cuatro partidos por mes sumados al mes de las finales), y por ende sería económicamente inviable para los equipos que necesitan competir para subsistir. El resto del año podría disputarse un torneo zonal sin otro objetivo que clasificar a los equipos al Torneo Nacional o a una segunda categoría zonal. De poco interés, claro está, significaría pérdidas económicas y el riesgo de que suceda lo que sucede con el rugby, donde el torneo de la URBA, por la jerarquía tradicional de quienes participan, es de mayor envergadura que el Nacional. Contra un país que es unitario, nada puede hacerse en el fondo para lograr una federalización verdadera, porque las estructuras profundas lo impiden. Una posible y parcial solución, sin embargo, sería llevar a cabo dos torneos nacionales por año, apretando un poco los calendarios. Cada torneo entregaría dos cupos para la Libertadores; los cupos a la Sudamericana podrían decidirse a través de una ronda de perdedores desde 16vos de final. Paralelamente, se jugaría la Copa Argentina, que entregaría un cupo final para cada competición (ganador y finalista), aunque habría que rever si es de utilidad la realización de la Copa Argentina de implementarse un torneo nacional.

CONCLUSION
Se ha utilizado demasiado a la ligera el término “federalización”, tanto de parte del grondonismo como de parte de la oposición, encabezada por Vila, que pretende hacernos creer que con una modificación superficial se puede cambiar una historia profunda de desigualdades, tanto en el fútbol como en la sociedad.Ambos presentaron su modificación federalizante con el sólo objetivo de conseguir apoyo popular para sus objetivos (AFA necesita plata y Vila quiere el sillón). Al hacerlo por los motivos incorrectos, suelen tomarse decisiones incorrectas: sencillamente una ampliación del cupo de equipos no significa en absoluto una inclusión mayor, sobre todo cuando el porcentaje de equipos del interior permanece practicamente igual hoy con 20 equipos que ante un eventual torneo de 40 (alrededor del 50%). Para colmo, las prácticas que desigualan no fueron atacadas por el proyecto de reformulación del fútbol, dado que se trata de prácticas que favorecen a equipos tradicionales y poderosos. De hecho, más allá del beneficio que significaba un ascenso por decreto para River (que de todos modos ascenderá en el corto plazo), otras medidas dentro de la estructura del torneo también resultaban perpetuadoras de este gobierno de los poderosos y de la tiranía del dinero: por ejemplo, el rumoreado sistema de cabezas de serie, que evitaba eliminaciones entre capitalinos, y su posterior modificación a dos zonas que separasen a los rivales clásicos en zonas opuestas, nuevamente con la esperanza de que, al no eliminarse entre sí, la zona final fuera disputada entre los equipos tradicionales, sin intrusión federal. Una competición sólo es justa cuando es sencilla y transparente. A mayor complejidad, a mayor arbitrariedad en las decisiones, mayor injusticia: la elección de cabezas de serie o la separación a dedo de las zonas se realiza a través de criterios folclóricos y mitológicos -por su conveniencia económica, además, nuevamente demostrando la dependencia y la necesidad que evitan la correcta realización de las cosas-, que, al no se trata de un criterio racional, ponen en evidencia lo arbitrario de tal decisión pretendidamente “natural”. ¿Por qué evitar cruces entre capitalinos sino para favorecerlos? La estructura debe estar gobernada mediante un criterio racional e igualitario, con la menor  interferencia posible de arbitrariedades y prejuicios humanos.

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